¿Ruraliza… de qué?” Preguntó la periodista desorientada. “Ruralización de la ciudad”, respondí sin sortilegios. “¿En pleno siglo XXI, el del campo de las 4×4 con common rail, celulares, satélites de monitoreo y capacidad de piquete nacional? ¿La ciudad se ruraliza? ¡Imposible!”, contestó la dama. “En todo caso dirá que el campo se urbaniza”, replicó y no hubo retorno. Es que esta Argentina “condenada al éxito” no soporta que se revire su progresismo. Y mucho menos si algunos conceptos que antaño eran de asociación obligada se actualizan: ciudad-modernidad, campo-tradición, urbanidadcivilización, ruralidad-barbarie. La ciudad que habitamos, sin embargo, ofrece otras caras. Verlas supone considerar otros principios y postales. Haré el intento. Un primer principio y algunas imágenes mediáticas colaboran. Que compartimos un mundo de intercambios materiales y simbólicos, dinámicos y continuos, no hay duda. Que en ese orden los bienes, valores, dispositivos y dinámicas asociadas con la lógica urbana penetran en el campo de la mano de la tecnología, los mercados, las inversiones e infraestructuras, tampoco. Pero ¿por qué considerar a esa relación de una sola vía? En este país donde parte sustancial de la economía se sostiene en la producción primaria y el Estado argumenta la necesidad de regularla no hay noticiero que gane el aire sin un segmento dedicado a las retenciones de commodities, pronósticos de cosechas o transmisiones de “piquetes camperos”.

 

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