«Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.» Frase de Jorge Luis Borges (1899-1986).

La frase del maestro provoca. En el espejo grande de la institución cada uno tiene una parte. Para ver el todo hay que ensamblarlas, pero como son imaginarias e inconstantes la tarea se vuelve difícil. Casi imposible. Los actores, en tanto, están de recambio y mientras que las memorias prevalecientes ya fueron documentadas, las nuevas buscan abrirse camino a riesgo de llegar cuando la institución quizás ya sea otra. Thornton asume el desafío. No simplemente el de responder al reto de crearla, sino el de suponer –mediante la acepción del verbo fiar- que no hay garantías o confianzas suficientes como para esconder las dudas, evitar las preguntas u obviar las respuestas incómodas.

De su escrito recojo tres problemas que merecen atención. Uno adopta la forma de la paradoja, otro se parece a un dilema; y el último se define por ausencia. Los tres se reflejan en el espejo que el autor muestra, pero todo indica que seguramente se conecta con muchos otros trozos de memorias espejo que resta entrelazar.

En este breve escrito voy a ocuparme de ellos. El propósito será poner a discusión lo que, a mi entender, resulta sustantivo de esas cuestiones y el papel que tienen en la construcción de destino para la propia institución. Un espejo que, todavía, requiere de ensambles.

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