Relatos sobre la Rurbanidad comenzó a escribirse hace más o menos una década. Por entonces trabajábamos atentos a las transformaciones regionales que se avizoraban en nuestro contexto local y mediato, en particular analizando los procesos de innovaciones sociales y de cambios que se manifestaban en la ruralidad. En ese marco y entre otras cuestiones considerábamos cómo lo rural –al menos en las instancias mediáticas- cada vez más era tratado como “agropecuario”. Esto es, avizorábamos como un espacio y un modo de ser social y cultural particulares se enfocaban desde la información y el retrato público reducidos a su faz productiva. A los negocios de la carne o a los valores de los cereales u oleaginosas, a los impactos de las tecnologías o a las coyunturas de las campañas, obviando o minimizando todas aquellas cuestiones vinculadas a los aspectos propios de la vida cotidiana y las rutinas e identidad de sus pobladores.

Visto teóricamente, la observación podía no resultar una sorpresa. Autores como Weber o Mannheim ya habían señalado a principios del siglo veinte que los procesos de urbanización eran y serían crecientes en torno a la constitución de ciudades concebidas como mercados. Pero para nosotros una cosa era la teoría o el pensamiento social desarrollado y arraigado en los países centrales y otra cosa era considerar sus correlatos en el propio territorio de la periferia mundial.

En América Latina, en tanto, hablar de procesos de urbanización de los ambientes rurales comenzó a ser moneda corriente. Investigadores muy reconocidos como José Graziano da Silva (UNICAMPO, Campinas, Brasil) estudiaron detalladamente las transformaciones que se sucedían en el campo brasileño y que estaban a tono con una época que se caracterizaba por las migraciones del interior a las ciudades, la pluriactividad de los actores rurales y la configuración de tipos de familias que ya no podían concebirse desde las conceptualizaciones tradicionales de la sociología clásica. Desde esos enfoques lo rural dejaba de ser una postal típica y el concepto de rurbanidad (acuñado en 1918 por un sociólogo norteamericano de apellido Galpin) hacía alusión a espacios menos definidos y con presencias crecientes de dispositivos urbanos (tecnológicos, financieros, de rutinas productivas, etc.).

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